Esta vez, quería relajarme, girar la llave, sacar la palanca de seguridad, poner primera, embriague, acelerador y el toque final, Pink Floyd.
Mi padre siempre le gustó esa banda, de hecho, yo comencé a escucharla con él, pero definitivamente no por el.
Aún conservo el sabor de cuando fumábamos marihuana y nos acostábamos en mi cama a escuchar aquella música... Tan estimulante, tan relajante, lográbamos conectar todos nuestros sentidos en un solo lugar.
Así fue como, a través de la música, logré reflejar alguno de los momentos bellos de cuando estábamos juntos, y comencé el viaje.
Y fue a pesar de mi estado, una experiencia más grata que la anterior, puesto a que en otra ocasión había conseguido destrozar el para golpes y el farol derecho de aquel Hundai Axel rosado, esta vez, todo se sentía tan apacible...
Lo admito, es un poco gay de parte de mi padre tener un carro de ese color, pero había surgido de una reventa con una veterana que le dedicaba poco tiempo, estaba bastante nuevo, y muy económico.
Manejé, lo suficiente como para olvidar el cumpleaños de la madre de una de mis amigas, y a pesar de la tardanza, me arrimé en el auto hasta allí, despedí a mi padre, y me quedé en el lugar mientras lo vi despedirse en el coche hacia su casa en Montevideo.
Golpeé la puerta, y allí me abrió ella, sus ojos marrones anunciaban el cansancio que obtiene uno al trabajar con 17 años, una mirada fresca y a la vez agotadora, estaba pálida, siempre lo estuvo, desde que somos unas niñas, atesoraba su piel de porcelana y sus estrechos labios rojizos.
Al pasar, noté una delgada cinta de luz que alcanzaba a iluminar sus rostros, todo era un silencio constante, -Que bonita noche- dijo ella, a lo que su novio, Joaquín, respondió con la cabeza confirmando lo dicho, parecía que la presencia de aquellos tres individuos que reposaban en el sofá, complementaba lo opaco de aquella escena a pesar de sus palabras de ánimo, por un segundo me sentí totalmente desubicada, pensé que todos estarían durmiendo excepto ellos, pero la realidad era, que el resto de la familia se encontraba en el patio trasero tomando un par de copas e incitando a la diversión de los cuarentones.
Los saludé, a ambos dos y a la tercera persona que se encontraba en un sillón aparte, no sabía mucho de el, era tan solo el primo de mi amiga, sólo guardaba el recuerdo de la única vez que lo había visto antes de ese día, unos cinco minutos en esa misma casa antes de dirigirnos a la playa.
Era dos años menor que yo, no se notaba tanto en su apariencia física, pero si en su manera de pensar y actuar. Por un segundo se cruzó por mi cabeza la idea de relacionarme de otra manera que no sea amistosa, seguíamos debatiendo de cosas sin sentido... Finalmente, nos dirigimos a los juegos de video ubicados en el centro de la ciudad, con Ceci siempre nos gustó jugar a un simulador de batería que se encontraba allí, nunca aprendimos a tocar ningún instrumento, y eso nos ligaba directamente con juegos como ese u otros simuladores de guitarra eléctrica...
Nunca había jugado tan mal, intenté intentarlo, pero a la vez, no lo intenté, mi cabeza no pensaba en otra cosa que no fuera en él.
Fue el día anterior, cuando todo terminó, y el fin por alguna de esas razones, recordé cuando todo comenzó; era lindo, pero en aquel momento no lo miré con los ojos que los miré luego, allí más bien era una brisa de encanto, más tarde fui percatándome de las cosas, pero siempre intenté evitar demostrarle esas ganas eternas, hasta que un día me las demostró él, no puedo negar que aunque las cosas fueron rápidas, fueron hermosas, y que con su sonrojado rostro y su humilde sonrisa pudo cambiar mi modo de ver la vida. Tal vez, desde que nos conocimos fuimos unos idiotas a la deriva, pero gracias a todo lo vivido pude encontrar un rumbo, un motor que me impulsó a seguir, también recapitulando en mi cabeza que no todo lo que parece bello, tiene que serlo.
Si, fui yo quien lo besó, fue un claro impulso, estábamos solos, y todo fue muy espontáneo, lo miré a los ojos y pedí que esa noche dure para siempre, y allí mismo me di cuenta que las estrellas cubrían el cielo de luz. Me recosté en su pecho... Las estrellas seguían ahí, lo volví a mirar, y desde ese día, no pude dejar de hacerlo.
En ese instante, fue cuando conseguí volver a la realidad, el ya no estaba allí, guardé las baquetas y me levanté del asiento. -Ey, ¿Como estás Emily?- al verlo, mi reacción fue instantánea, era su mejor amigo, vestido con su campera y sus jeans de siempre, lo miré completamente asombrada, pero saqué fuerzas y emití una sonrisa que definitivamente no sentía, la necesidad me ganó. -Todo está bien por suerte, ¿Lo tuyo?- Le respondí. Luego subió la cabeza, la inclinó hacia un costado y con una sonrisa un poco menos demostrativa acotó –Bien. - , y se retiró entre el ruido que había en aquel lugar.
Nunca pensé que fuera así, pero verlo revolvió cosas que no quería demostrar, mi situación era lo suficientemente patética como para acordarme de mi ex mirando a su mejor amigo, pero sabía que no podía fallar esta vez, nuestro futuro incierto ahora decía ‘’somos amigos’’.
Todo comenzaba a tener un poco más de sentido, exceptuando el hecho de que a la noche siguiente salí, fumé, tomé y la besé.
Era dos años menor que yo, no se notaba tanto en su apariencia física, pero si en su manera de pensar y actuar. Por un segundo se cruzó por mi cabeza la idea de relacionarme de otra manera que no sea amistosa, seguíamos debatiendo de cosas sin sentido... Finalmente, nos dirigimos a los juegos de video ubicados en el centro de la ciudad, con Ceci siempre nos gustó jugar a un simulador de batería que se encontraba allí, nunca aprendimos a tocar ningún instrumento, y eso nos ligaba directamente con juegos como ese u otros simuladores de guitarra eléctrica...
Nunca había jugado tan mal, intenté intentarlo, pero a la vez, no lo intenté, mi cabeza no pensaba en otra cosa que no fuera en él.
Fue el día anterior, cuando todo terminó, y el fin por alguna de esas razones, recordé cuando todo comenzó; era lindo, pero en aquel momento no lo miré con los ojos que los miré luego, allí más bien era una brisa de encanto, más tarde fui percatándome de las cosas, pero siempre intenté evitar demostrarle esas ganas eternas, hasta que un día me las demostró él, no puedo negar que aunque las cosas fueron rápidas, fueron hermosas, y que con su sonrojado rostro y su humilde sonrisa pudo cambiar mi modo de ver la vida. Tal vez, desde que nos conocimos fuimos unos idiotas a la deriva, pero gracias a todo lo vivido pude encontrar un rumbo, un motor que me impulsó a seguir, también recapitulando en mi cabeza que no todo lo que parece bello, tiene que serlo.
Si, fui yo quien lo besó, fue un claro impulso, estábamos solos, y todo fue muy espontáneo, lo miré a los ojos y pedí que esa noche dure para siempre, y allí mismo me di cuenta que las estrellas cubrían el cielo de luz. Me recosté en su pecho... Las estrellas seguían ahí, lo volví a mirar, y desde ese día, no pude dejar de hacerlo.
En ese instante, fue cuando conseguí volver a la realidad, el ya no estaba allí, guardé las baquetas y me levanté del asiento. -Ey, ¿Como estás Emily?- al verlo, mi reacción fue instantánea, era su mejor amigo, vestido con su campera y sus jeans de siempre, lo miré completamente asombrada, pero saqué fuerzas y emití una sonrisa que definitivamente no sentía, la necesidad me ganó. -Todo está bien por suerte, ¿Lo tuyo?- Le respondí. Luego subió la cabeza, la inclinó hacia un costado y con una sonrisa un poco menos demostrativa acotó –Bien. - , y se retiró entre el ruido que había en aquel lugar.
Nunca pensé que fuera así, pero verlo revolvió cosas que no quería demostrar, mi situación era lo suficientemente patética como para acordarme de mi ex mirando a su mejor amigo, pero sabía que no podía fallar esta vez, nuestro futuro incierto ahora decía ‘’somos amigos’’.
Todo comenzaba a tener un poco más de sentido, exceptuando el hecho de que a la noche siguiente salí, fumé, tomé y la besé.